¿Podemos cambiar nuestro carácter?


¿Es usted una persona tranquila o impulsiva?... ¿ansiosa o tímida?... ¿optimista o pesimista?
Estos son los perfiles que se suelen clasificar a los individuos, y que derivan de seis dimensiones cerebrales que todos tenemos y que definen nuestra forma de ser.


Estas dimensiones son:

La resistencia (capacidad para recobrarse de una adversidad).

La actitud (tiempo que podemos mantener la energía positiva).

La intuición social (habilidad de captar las señales que los demás emiten).

La autoconciencia, la sensibilidad al contexto (regulación de nuestras emociones).

La atención (capacidad de aplicar voluntariamente el entendimiento a un objetivo, tenerlo en cuenta o en consideración).

¿Qué son estas dimensiones?

Son propiedades del cerebro que todos poseemos y que definen nuestro carácter. Por ejemplo, el impulsivo tendría poca atención y una baja autoconciencia. El ansioso, una recuperación lenta, una actitud negativa, poca atención y una gran conciencia. Y el optimista, una mezcla de recuperación rápida con actitud positiva.
En definitiva, todas las categorías que aplicamos a las personas se derivan de la combinación de dichas dimensiones.
Pero no se tratan de unas categorías inamovibles que nos condicionen de por vida. Se trata de una concepción que plantea una gran pregunta. Si podemos cambiar nuestra forma de ser alterando nuestro cerebro, es probable que todos querríamos tener las cualidades concebidas como positivas.


¿Qué diferencia el rasgo personal que nos convierte en lo que somos de aquello que podemos mejorar?

No hay una respuesta simple, pero podría decirse que depende del papel que su carácter juegue en su vida diaria, si es de ayuda o perjudicial. Una cosa es un rasgo y otra cosa lo patológico. Cuando empezamos a pensar que tenemos un problema, es cuando debemos plantearnos que quizá debamos tomar medidas para cambiar.
Es la variedad de perfiles la que permite que el mundo siga funcionando, especialmente en lo que se refiere al entorno laboral. Por ejemplo, una gran intuición social puede ser útil si eres un agente de marketing o publicista, pero no especialmente importante en el caso de un programador informático, que debe tener más atención.


¿Podemos utilizar diferentes prácticas para alterar nuestro cerebro?

Sí, es la llamada neuroplasticidad, que define que podemos cambiar la forma en que nuestro cerebro se comporta a partir de un cambio en nuestra actitud y pensamientos.
Las características de la neuroplasticidad son comunes a todo el mundo, a no ser que exista algún tipo de desorden. La principal diferencia es pasar de guiarnos por los estímulos de nuestro entorno a ser capaces de dirigir nuestra propia vida.
La posibilidad de cambio es una buena noticia para los que piensan que estamos condicionados únicamente por nuestra biología.


Un ejemplo, los niños

Los niños pueden cambiar completamente su comportamiento entre los tres y los nueve años. Aquellos que se habían mostrado miedosos cuando eran pequeños, de repente pueden ser muy extrovertidos, y viceversa: muchos de los que a los tres años hablan sin parar, a los nueve se han convertido en criaturas hurañas.
Es una demostración de que nuestros perfiles no permanecen estables a lo largo del tiempo, sino que cambian incluso en nuestra edad adulta.
Una cuestión muy importante es la forma de comportarse de los padres con sus hijos. Los padres que poseían unas cualidades concretas, como ser más cariñosos, más abiertos, conseguían que los cerebros de sus hijos se moldeasen de esa forma.


El cambio en la adultez

Ha sido en la meditación donde se ha encontrado la mejor herramienta para este cambio personal en la edad adulta, al encontrar una relación directa entre dichas prácticas y el pensamiento positivo. Al principio existían dudas porque no había un marco conceptual donde pudiese encajar, más que nada para apartar este tema del religioso, ya que algunos tipos de meditación están estrechamente relacionadas con determinadas religiones.
Y sin embargo, ahora sí, tenemos un conjunto de investigaciones que proporcionan una base para aceptar de qué forma funciona la meditación ya que, está más que comprobado, la emoción y los procesos internos del cerebro tienen una importancia mayor que lo meramente externo.