Comida, cerebro, placer y evolución


Mientras que el consumo de alimentos está fuertemente influenciado por factores genéticos (hasta el 80% del Índice de Masa Corporal es heredable) está claro que el medio ambiente y la interacción genes/medio ambiente también juegan un papel determinante en el peso de una persona.


Comida, cerebro, placer y evolución

Un dato elocuente es que, por ejemplo, el peso promedio de un adulto en Estados Unidos se ha incrementado en 11 kilos desde 1960 a la fecha. Claramente esto no es debido a cambios genéticos en la población. Sino más bien, el resultado de años de investigación por parte de las grandes corporaciones alimentarias sobre cómo excitar los circuitos del placer del cerebro a través de la comida.

Imagine que usted es el responsable del departamento de ingeniería alimentaria de una gran multinacional de la alimentación. Su objetivo es crear deliciosos sabores y texturas en la comida para que la gente vuelva a comprar el producto una y otra vez. ¿Cómo hacer eso? ¿Cómo crear alimentos que activen el circuito del placer con tanta fuerza que anulen las señales de saciedad que evitan comer en exceso? Básicamente, desajustando la dieta con la que los seres humanos hemos evolucionado hasta el presente.

La dieta de nuestros antepasados lejanos era principalmente vegetariana, con muy poca grasa (alrededor del 10% de las calorías totales) y muy pequeños niveles de azúcar. Los sabores dulces eran muy escasos, alguna fruta madura o un poco de miel. La carne era un lujo, y por lo general, bastante magra cuando se podía obtener.
Para quienes vivían tierra adentro los sabores salados eran casi desconocidos. Había pocos alimentos con alto contenido de agua y aceite, lo que les permitiría masticarlos y tragarlos rápidamente. Pero lo más importante eran las periódicas y reiteradas hambrunas, por consiguiente, cuando los alimentos ricos en grasa y azúcar estaban disponibles, tenía sentido atiborrarse con ellos para establecer una reserva de grasa corporal para los tiempos difíciles.


El resultado de esta dieta ancestral es que estamos programados para el gusto de ciertos sabores, texturas y olores, sobre todo al azúcar y a la grasa, y también a la sal.
Al comer alimentos grasos y azucarados, los seres humanos mostramos una mayor activación de una parte clave del circuito del placer del cerebro: el área tegmental ventral.

No es casual que la combinación de grasa y azúcar resulte formidablemente adictiva, produciendo un sacudón significativamente mayor al circuito del placer que cualquier otro alimento, incluso cualquiera de estos dos si se consumieran por separado. Por otra parte, nuestro apego por la sal funciona como una adaptación para compensar su pérdida a través de la transpiración.

Aun así, el desarrollo de alimentos que generen adicción es muy complejo, no es simplemente añadir más sal, grasa o azúcar. Por ejemplo, tendemos a saborear la concentración de sal en ciertos alimentos pero no tanto en otros. También somos más propensos a comer en exceso si los alimentos tienen una combinación de sabores contrastantes: helados con trozos de chocolate y frutas son más convincentes que un sabor único. Muchas comidas son más apetecibles si se combinan con una salsa contrastante. Dulce y graso, graso y picante, salado y graso, dulce y picante son todas combinaciones que funcionan.
Las texturas contrastantes son también muy gratificantes, un exterior crujiente con un relleno blando y esponjoso es la base para un bocado irresistible. El olor de los alimentos grasos también provoca una rápida respuesta, ya que tenemos un número desmesurado de receptores olfativos dedicados a los olores grasos.

Otra cosa que la industria alimentaria ha descubierto hace mucho tiempo, es que la gente ingerirá más alimentos si no tiene mucho trabajo en masticar y tragar. De ahí que gran parte de la comida procesada de hoy se disuelve en la boca en forma rápida, y es fácil de tragar por su alto contenido de humedad. En esencia, la industria ya ha hecho la mitad de la masticación por usted.
A grandes rasgos, estos son algunos de los artilugios en que se basa la industria alimentaria para derrotar a nuestro sistema de control de saciedad, promover que comamos de más, y por ende, vender más alimentos.



La psicología evolutiva de la barba


Hace ya unos años que la barba se ha vuelto, otra vez, una moda entre muchos hombres. Hipsters, modelos, estrellas de Hollywood... seguramente este gusto continuará por un tiempo más, como cualquier otra manifestación de moda en el mundo occidental.


Psicología evolutiva de la barba

Sin embargo, la historia evolutiva de la barba revela un propósito mucho más trascendente que un mero accesorio facial. El encanto de la barba tiene sus raíces en el pasado violento de la competencia masculina.

En el mundo animal, muchas especies poseen adaptaciones para fingir ser más grandes y de esa forma intimidar a los machos rivales o a sus depredadores, y la mayoría de estas adaptaciones son a la altura de la cabeza, que es dónde se enfoca la atención. Por ejemplo, los leones machos tienen unas espectaculares melenas que sirven para este propósito, los elefantes ante una pelea con otros machos expanden sus enormes orejas. También algunos reptiles utilizan esta estrategia, como las cobras, que abren una especie de capucha a los lados de la cabeza cuando se irritan. Un gran número de primates poseen vello facial o mechones a los costados, esto hace que su rostro se vea más grande en comparación con los especímenes más jóvenes.

Pero al igual que en otras especies, los machos humanos también poseen estas funciones adaptativas, y valerse de la barba para exagerar el tamaño de la cabeza es una de ellas, aunque no la única. Desde los tocados de plumas de los indios americanos, los cascos y sombreros militares o las coronas de los reyes, todos estos artefactos están específicamente diseñados para generar temor, exhibir un rango o demostrar experiencia de lucha.

Ahora, cuando todo esto es llevado al laboratorio de investigación, se hace aún más evidente que el uso psicológico de la barba es más consistente que las tendencias de las modas actuales. En un estudio ya clásico de 1973, el psicólogo Robert Pellegrini encontró que los individuos con vello facial eran señalados como más dominantes, más masculinos y con más fuerza, entre otros rasgos viriles.
Otro estudio encontró que la tendencia de un grupo de mujeres a evaluar a individuos barbudos como más masculinos se intensificó en su fase más fértil. También catalogaban a los hombres barbudos como mejores padres.


La hormona masculina que impulsa el crecimiento de la barba en los hombres es la testosterona, la misma sustancia química responsable de la agresión y el deseo sexual.

Distintas jerarquías de muchas religiones están obligadas a usarla, en el hinduismo, el judaísmo, el sijismo o entre los Amish. Los faraones del Antiguo Egipto, que eran considerados dioses en la tierra, llevaban largas barbas falsas como símbolo de su condición divina. En la cultura occidental, muchas veces Dios está representado como un anciano barbudo. Aún hoy, las barbas religiosas siguen siendo consideradas como símbolos de competencia y poder.
Para nosotros y nuestros evolucionados cerebros, que aún permanecen atados a nuestros ancestrales impulsos de supervivencia, la barba implica un cierto nivel de dominación.

Por lo general, cuanto más antigua es una adaptación mental, más profundo es su significado en nuestro razonamiento, así que, incluso los más pacíficos y civilizados hipsters actuales pueden evocar representaciones mentales que se remontan a la época en la que nuestros antepasados lejanos luchaban por sobrevivir y reproducirse.



Segundos que parecen minutos: instantes en cámara lenta


Hace 5 años, un amigo mío sufrió un grave accidente con su moto. El impacto contra el parabrisas de un vehículo lo lanzó varios metros por el aire y al caer al suelo, perdió el conocimiento. Lo siguiente que supo fue al despertar en el hospital, varias horas después del accidente. La particularidad es que, aún hoy, puede recordar perfectamente los instantes previos antes de quedar inconsciente.


Segundos que parecen minutos

Es muy frecuente que ante una situación extrema, como ser un accidente, la persona advierta una fabulosa desaceleración en la percepción del tiempo. De hecho, es muy factible que muchos de quienes estén leyendo este artículo, lo hayan experimentado en algún momento.
Particularmente, mi amigo me relató en alguna oportunidad como vio claramente la secuencia del accidente, en especial la rotura del parabrisas del coche. " ...Pude ver como pequeños trozos de vidrio muy brillantes saltaban por los aires. Yo me sentía flotando en el aire, como si no fuera a bajar nunca".

Esta misma ralentización del tiempo se produce a menudo en contextos de desastres, cuando nuestras vidas están amenazadas. Existe abundante investigación científica sobre personas que han vivido este tipo de situaciones en accidentes aéreos o terremotos. Particularmente en el caso de los terremotos, mucha gente ha descrito que ven caer paredes en 'cámara lenta'.


¿Por qué el tiempo parece frenarse en estos momentos?

La verdad es que no hay una sola explicación para este fenómeno. Una de las interpretaciones es que puede ser una especie de 'estrategia neurológica' que nuestros antepasados lejanos desarrollaron como ayuda para su supervivencia. Esta facultad aumenta nuestras posibilidades de sobrevivir a situaciones extremas, ya que es como si se nos diera más tiempo para responder a dicha situación. En este sentido, se podría ver como una adaptación evolutiva.

Otra de las teorías es que se debe al aumento del número de percepciones que la mente absorbe en esos momentos. Quiénes apuntan a esta hipótesis argumentan que la agudización e incremento desmedido de información ralentiza la percepción del tiempo. Sin embargo, en caso de una situación de emergencia o accidente, esto podría ser el efecto, no la causa. Es decir, la sensación del tiempo ralentizado puede ser la razón por la cual llegamos a ser capaces de absorber mucha más información.

Si bien las dos argumentaciones anteriores parecen muy plausibles, quizás la explicación más aceptada es que esta desaceleración se debe a un cambio abrupto en nuestra conciencia.
Nuestro sentido 'normal' del paso del tiempo es producto de un estado habitual de conciencia. Existen muchas variedades de estados alterados de conciencia en el que el tiempo se ralentiza drásticamente, por ejemplo, estados de profunda meditación o bajo la influencia de drogas psicodélicas. Por el contrario, también existen algunos estados alterados en los que el tiempo parece ir más rápido, como sucede con la hipnosis.
Todos estos estados muestran que el sentido 'normal' del paso del tiempo no es absoluto ni fijo, sino que más bien es una construcción psicológica que depende de nuestro 'modo' de conciencia. Este sistema constituye lo que experimentamos y percibimos en casi todo momento, pero que en determinadas situaciones se desordena, y repentinamente intuimos el mundo, y a nosotros mismos, de una forma totalmente diferente, una de cuyas características principales es la percepción completamente diferente del transcurso del tiempo.



Detalles sin importancia o la atención selectiva


Prácticamente en todo momento, al menos cuatro de nuestros cinco sentidos están bombardeados constantemente por todo tipo de señales. El sistema visual está continuamente procesando nuestro entorno. El auditivo es estimulado por los muchos sonidos que conforman nuestro medio ambiente. Los olores que nos rodean en todo momento, sentimos constantemente la ropa sobre nuestra piel… el sistema sensorial procesa una enorme cantidad de datos.


atención selectiva

¿Por qué no enloquecemos con esta avalancha incesante de señales? La clave está en que sólo prestamos atención a una pequeña parte de toda esa información. Este proceso se conoce como atención selectiva, y lo estamos haciendo todo el tiempo.
Imagine estar viendo una película en un cine, y si está muy enfocado en el film, es probable que no se de cuenta del ruido que hacen las butacas cuando la gente se mueve, del ruido las palomitas de maíz o hasta del zumbido del aire acondicionado.

Aunque hay varias regiones del cerebro implicadas en cada uno de los sentidos, la parte que involucra a la atención selectiva es donde todos estos sentidos se cruzan. Esta área se conoce como el tálamo. Clásicamente, se cree que el tálamo es una especie de punto de encuentro de todas las neuronas sensoriales, para posteriormente seguir hacia su destino, en la corteza cerebral. Pero además, esta conexión cerebral es bidireccional, es decir, también hay conexiones desde la corteza al tálamo.


Esta conectividad recíproca es, justamente, lo que puede explicar la atención selectiva. Cuando la corteza recibe una información que considera importante, esta envía una señal a una parte del tálamo: el núcleo reticular. Dicha estructura utiliza un neurotransmisor llamado 'Gaba' para inhibir la transmisión de otras señales irrelevantes desde el tálamo a la corteza (butacas ruidosas, palomitas de maíz, aire acondicionado, etc.).

El estudio de la atención selectiva es importante no sólo porque ayuda a entender mejor los procesos normales de nuestro cerebro, sino porque además puede afectar a determinadas personas, por ejemplo, aquellas que sufren de esquizofrenia. La esquizofrenia es un trastorno del cerebro con una amplia variedad de síntomas, que incluyen alucinaciones, delirios y comportamiento alterados. Estas personas también tienen déficit en la atención selectiva y en la atención en general. Sin embargo, la base biológica de muchos de estos síntomas, sigue siendo desconocida.

Un estudio publicado en 2013 en la revista 'Nature Neuroscience' investigó como funciona el sistema de atención selectiva utilizando ratones deficientes en el gen ERBB4, cuya ausencia provoca un aumento desproporcionado de actividad y sincronización de las neuronas y de las conexiones que se producen entre ellas.

Para determinar si la deficiencia del gen ERBB4 altera la atención selectiva, se utilizaron dos tipos diferentes de pruebas. En la primera, los ratones eran recompensados si podían distinguir un tono de 8 kHz a partir de una serie de tonos que oscilaban entre los 5 y 20 kHz. Esta prueba cotejaba si estos ratones eran sensorialmente capaces de filtrar el 'ruido'.

En la segunda prueba, los ratones fueron expuestos a distintos tonos sonoros acompañados por luces Led, y sólo aquellos que respondieron a determinadas tonalidades específicas de luces y sonidos, fueron recompensados. Esta tarea observaba si los ratones eran capaces de filtrar datos combinando diferentes sentidos.

Los ratones deficientes en el gen ERBB4 fueron más propensos a filtrar con un solo sentido, incluso mostraron mejor desempeño que los ratones sin este déficit en la primera prueba. Sin embargo, les fue bastante peor en la segunda prueba, ya que mostraron serias dificultades en el uso combinado entre los diferentes sentidos.

Este estudio demostró como la alteración de un gen modifica la capacidad de comunicarse selectivamente entre distintos estímulos sensoriales, y por lo tanto, desnaturalizar la atención selectiva. Esto sucede porque el gen ERBB4 disminuye la influencia que la corteza tiene sobre el núcleo reticular. En este caso, la retroalimentación entre la corteza y el tálamo es más fuerte, por lo tanto, hay mayor supresión de datos irrelevantes, y como hemos observado, esto se hace aún más evidente cuando existen combinaciones sensoriales.
Esto quiere decir que los cerebros de individuos con deficiencia de este gen podrían considerar 'irrelevante' mucha información que para cerebros de individuos sin esta deficiencia sería información 'relevante'.

Este tipo de investigaciones nos ayudan a entender los circuitos que subyacen en la actividad normal del cerebro. Y si bien esto es sólo una pieza de un rompecabezas mucho más grande, también es útil para entender determinados comportamientos asociados a los patrones del cerebro.



Nuestra menospreciada inteligencia espacial


Desde el principio, nuestro aprendizaje está asentado en habilidades como la lectura, escritura, ciencias, matemáticas y algún idioma, probablemente inglés. Pero prácticamente se deja de lado una parte notable de nuestro intelecto: la inteligencia espacial.


inteligencia espacial

La educación primaria está diseñada para estudiantes que son buenos fundamentalmente en lectura, escritura, matemáticas y algo más. Por tanto, esto es genial para niños que tienen fluidez en los sistemas de símbolos, números y letras.

Pero ¿qué ocurre con el chico que es un genio de la mecánica, ese que puede desmontar y armar de nuevo prácticamente cualquier cosa, pero que en realidad, tiene poco interés por palabras o números? ¿Hay un lugar para estos niños en el sistema escolar?
¿Valoramos el talento de este individuo tanto como el de los estudiantes que pueden escribir composiciones convincentes o resolver ecuaciones matemáticas?


Lo cierto es que para los estudiantes que no tienen talento con palabras o números, pero en cambio si son talentosos con figuras o formas mentales, hay muy poco que ofrecerles en los sistemas escolares actuales.
Tendemos a valorar a las personas que pueden escribir, leer, hablar o resolver ejercicios matemáticos. Pero si un estudiante no puede hacer estas cosas tan bien, seguramente será muy difícil reconocer lo brillantes que algunos de ellos podrían llegar a ser.

Por el año 1920, Lewis Terman, el pionero de la psicología educativa estadounidense, intentó identificar a los niños más inteligentes de las escuelas de California. Para ello, creó una serie de pruebas que posteriormente se conocerían como el "Test de Terman" uno de los exámenes pioneros para evaluar el coeficiente intelectual de las personas. Hubo el caso de dos niños que realizaron el test pero no formaron parte de los alumnos destacados, estos chicos eran William Shockley y Luis Álvarez, quienes con los años ambos estudiaron física. Shockeley obtuvo el Premio Nobel de Física en 1956 por sus investigaciones sobre semiconductores y la invención del transistor. Álvarez recibió el Premio Nobel de Física en 1968 por el desarrollo de la cámara de burbujas de hidrógeno líquido.
¿Por qué ni Shockeley ni Álvarez lograron destacarse en el Test de Terman? Sencillamente porque en dicho test no existía ninguna prueba de inteligencia espacial.

Después de todo, la mayoría de los grandes inventores no diseñaron los dispositivos escribiendo un ensayo sobre el tema, ni siquiera mediante la resolución de alguna ecuación matemática. Más bien lo imaginaron, lo dibujaron y lo construyeron. Por ejemplo, Nikola Tesla, el inventor que sentó las bases de los sistemas modernos de energía eléctrica, se dice que era capaz de visualizar un motor completo trabajando en su mente y de advertir que pieza se rompería primero.

Por tanto, ¿qué podemos hacer para que estas personas no tan buenas en matemáticas o en su forma de expresar, pero con una inteligencia espacial formidable, puedan desarrollar sus talentos? Sin dudas que la respuesta pasa por identificarles y por el diseño de plataformas educativas que se adapten a sus habilidades.

El dispositivo en el que usted está leyendo este artículo, fue creado por ingenieros que hicieron un uso fenomenal de su inteligencia espacial. Seguramente debe haber muchos niños ahora mismo con un potencial de diseñar, en un futuro no muy lejano, cosas asombrosas que podrían mejorar la vida de mucha gente. Tenemos que aprender a valorar estas preciosas mentes.