Descifrando nuestro autocontrol


El autocontrol es la capacidad mental que tenemos para alterar o anular nuestros propios pensamientos, conductas o emociones. Se basa en procesos controlados para regular los impulsos. Su fracaso es uno de los problemas centrales del ser humano, que lo implican en fenómenos que van desde la obesidad a la criminalidad o el abuso de drogas, entre muchos otros.


autocontrol

Todos los días, consciente o inconcientemente, las personas nos resistimos a ciertos comportamientos, por ejemplo, comer alimentos que nos hacen daño, ir a divertirnos en lugar de ir a trabajar, procederes inadecuados, hacer cosas que pueden molestar a nuestra pareja, amigos, etc. y muchas otras conductas que, aunque agradables o cómodas en el corto plazo, nos pueden ocasionar costos en un futuro más lejano, además de violar reglas o pautas de convivencia. Por ello, hoy vamos a ver 3 interesantes investigaciones que se hicieron sobre el autocontrol y que quizás nos sirvan para entenderlo un poco mejor.


Autocontrol en niños

En un estudio clásico realizado en la Universidad de Stanford a principios de los años 70, el psicólogo Walter Mischel puso a prueba el autocontrol de un grupo de niños de cuatro años. La investigación consistió en dejarlos solos en una habitación. Cada uno de ellos tenía una campana, para que pudieran llamar a una persona. Anteriormente se les había dicho que si ellos podían esperar a que la persona volviera sin ser llamada, recibirían dos malvaviscos, de lo contrario recibirían sólo uno.
Algunos niños lograron esperar los 20 minutos que tardó en volver la persona y ganaron las dos golosinas, pero la mayoría se rindieron al deseo de gratificación inmediata e hicieron sonar la campana.

Para un niño pequeño, un solo malvavisco puede parecer más valioso que dos malvaviscos en un futuro indefinido. Trasladado esto a la conducta de los adultos, es fácil ver cómo la gratificación inmediata lleva a la gente a comprometer su salud y felicidad en el largo plazo, con tal de obtener beneficios a corto plazo.

Una simple golosina como una acción impulsiva puede parecer trivial. Pero, a lo largo de toda la vida, la capacidad de ejercer el autocontrol puede hacer la diferencia entre el éxito y el fracaso. La investigación ha demostrado que las personas con alto autocontrol son más saludables, disfrutan de mejores relaciones y tienen más éxito en sus estudios y en el trabajo.

Por ejemplo, los niños del estudio de Mischel fueron rastreados hasta la adolescencia. Los investigadores encontraron que aquellos que a los cuatro años retrasaron la gratificación tenían, promedialmente, hasta un 35% de mejores calificaciones.


El autocontrol debilita nuestro... autocontrol

Una de las principales limitaciones de nuestro autocontrol resulta ser, paradójicamente, el haber utilizado nuestro autocontrol inmediatamente antes. Un número importante de estudios han demostrado que los procesos ejecutivos que sirven para controlar nuestros impulsos se comportan de forma muy parecida a los músculos, es decir, se cansan en su uso inmediato.
En una exploración llevada a cabo por investigadores de la Universidad de Columbia, la misma consistió en comparar la cantidad de comida que ingiere una persona que tiene prohibido comer, con la de una persona que no tiene prohibición alguna, pero que lleva la misma cantidad de horas sin comer. Para ello se tomó como primer grupo, a los camareros de un restaurante que tenían expresamente prohibido comer durante las horas de trabajo. El segundo grupo estaba compuesto por estudiantes que habían estado en sus clases de la universidad sin comer durante las últimas horas.
Con el pretexto de una prueba de sabores, los investigadores dieron a probar distintos alimentos, tanto a los camareros como a los estudiantes. El resultado fue que los camareros ingirieron un 20% más de alimentos que los estudiantes.

Es muy común que las personas que tienen trabajos estresantes y ejercen su autocontrol, por ejemplo, para soportar a su jefe, son más vulnerables a la hora de resistir un atracón de comida en la cena. También es sabido que personas que hacen grandes esfuerzos en seguir una dieta, son más proclives a hacer compras compulsivas.

¿Por qué ocurre esto? Las regiones del cerebro que controlan la fuerza de voluntad, hacen mucho más que simplemente mantener nuestros impulsos bajo control. En realidad, forman parte de un conjunto más amplio de funciones ejecutivas involucradas en el autocontrol, por ejemplo, hacer frente a factores estresantes, sopesar distintas alternativas y tomar decisiones; todas las cuales se basan en la misma fuente de energía, y esta es limitada.


Vejiga llena, cerebro en calma

Hace algunos años, un grupo de investigadores realizando otro tipo de estudio, de pura casualidad se dieron cuenta que las personas que bebían mucha agua eran menos impulsivas y tenían un mejor autocontrol. Para probar esta teoría, se hizo beber a un grupo de voluntarios cinco tazas de agua en pequeños sorbos. Después de unos minutos, evaluaron el autocontrol de estos individuos haciéndoles una serie de pruebas.
En una de ellas, se ofrecía a las personas un premio inmediato de 15 dólares o uno con un retraso de 20 días de 30 dólares. Los investigadores encontraron que las personas con las vejigas llenas eran más propensas a la segunda opción, en comparación de un grupo de control que no había bebido agua.

Por tanto, quizás sea recomendable que si usted puede estar ante un comportamiento compulsivo próximo (por ejemplo, va a asistir a un centro comercial o a un lugar donde hay mucha comida) beber una buena cantidad de agua puede calmar su impulsividad, ya sea por comprar o por comer.


Como dijo el filósofo francés Jean Paul Sartre, estamos hechos de nuestras elecciones. Y no es menos cierto que nuestras decisiones, a veces hechas de manera compulsiva, también pueden dar forma a nuestro futuro.



¿Están las sociedades modernas estigmatizando la masculinidad?


Es probable que los hombres de hoy se estén enfrentando a un nuevo reto: como hacer para encajar en una sociedad que promueve el intercambio de roles de una manera sin precedentes. Todo esto en un marco cultural que estigmatiza la competitividad, la agresividad y la avidez sexual, es decir, los mayores rasgos masculinos durante la evolución de la especie.

En lo que podría describirse como una mecánica de "formación reactiva", algunos hombres están definiendo su masculinidad en algo que decididamente no es, más que nada en pos de satisfacer ciertas expectativas sociales.


estigma masculinidad

Tomemos como ejemplo el trabajo realizado por la fotógrafa Reesee Zigga, la cual solicitó a un grupo de hombres asistentes a una conferencia en Toronto (Canadá), completar la frase de un cartel y posar para su cámara. El letrero en cuestión decía "la cosa más viril de mí es..." y cada uno podía rematar la frase a su gusto.
Una cosa sorprendente es que la mayoría de los hombres respondieron con atributos más asociados con la feminidad, por ejemplo, "mi corazón", "mi capacidad de demostrar emociones", "llorar", "mi vulnerabilidad", "mi alma", etc.
Si bien no cabe duda que estas personas deben estar describiendo aspectos reales de sus personalidades, también es razonable pensar… ¿son realmente estos los rasgos más viriles de estos hombres? Más bien parecen estar haciendo caso omiso a sus "lados masculinos".

Ahora, aclaremos algo antes de las mal interpretaciones, es fantástico que muchos hombres hoy sean capaces de identificarse con los aspectos más sensibles de sus identidades. Hace tan sólo algunas décadas, ante esta situación, ese individuo seguramente sería blanco de burlas y desaprobación social por parte de otros hombres.
Sin embargo, junto a esta tendencia de hombres que abrazan su lado más tierno, también surge la demonización de rasgos tradicionalmente masculinos, por ejemplo, la competitividad, el proteccionismo, el apetito sexual, la asertividad, la independencia y así sucesivamente.

Por supuesto que estas características no son necesariamente patrimonios exclusivamente masculinos, ni son necesariamente carencias femeninas. De hecho, hoy muchas mujeres experimentan algunas de estas características más que muchos hombres, la independencia por ejemplo, un rasgo marcadamente masculino a lo largo de la historia.

Sin embargo, también es cierto que los rasgos anteriormente mencionados, los podemos ver significativamente más en hombres que en mujeres, una distinción que persiste a través de la cultura, la historia, e incluso las especies.


Los rasgos masculinos están directa o indirectamente relacionados con la cantidad de testosterona existente en el cuerpo de una persona. En promedio, el nivel de testosterona en el hombre es entre 10 y 45 veces mayor que en la mujer.

Lo cierto es que los hombres, como grupo, encarnan las características masculinas con mayor frecuencia y en mayor medida que las mujeres. Y ya sea que estemos hablando de masculinidad o feminidad, no hay nada inherentemente bueno o malo, mejor o peor, en la expresión de cada género.

En realidad, lo que está en juego es la aceptación, la comprensión y la gobernabilidad de los hombres de su propia naturaleza, así como un reconocimiento individual y social de lo que realmente significa la virilidad. Cuando un hombre no puede admitir que lo “más viril” de él es su apetito sexual o el anhelo de ser mejor que el tipo de al lado, es porque está negando su propia esencia.

O sea, aceptar que se es altamente competitivo no significa que la persona tiene que dar por sentado que debe tratar continuamente de superar a la gente que le rodea. Muy por el contrario, al aceptar que la competitividad es una gran motivación en su vida, el individuo puede aprender cuándo y cómo hacer uso de dicha capacidad. Es decir, al conocer y aceptar los aspectos de su masculinidad (incluso los potencialmente problemáticos), el hombre (como ser individual) ganará en autocomprensión y en el relacionamiento con los demás.
Pero aquel hombre, que no esté dispuesto a admitir que es un ser competitivo, fuertemente sexual, agresivo y protector, está sacrificando su capacidad de controlar y hacer uso de algunas características fundamentales de su naturaleza.


Referencia: http://goodmenproject.com/featured-content/whats-the-manliest-thing-about-you-hesaid/



Los adolescentes y las conductas impulsivas


Con la aparición de los vídeos virales, vemos continuamente personas que arriesgan su vida en pos de alguna proeza, en la mayoría de los casos, inútil. Un gran porcentaje de estos individuos son personas muy jóvenes. Este hecho nos hace reforzar la creencia de que los adolescentes son más propensos a asumir riesgos.


Los adolescentes y las conductas impulsivas

Muchos de estos comportamientos realizados por adolescentes y considerados arriesgados se deben a la impulsividad, es decir, a no tener en cuenta las consecuencias que dichos actos pudiesen ocasionar.

Los comportamientos impulsivos tienen dos caras. La primera es el riesgo, o sea, efectuar actos osados o temerarios ahora, sin pensar en las consecuencias a largo plazo.
La segunda es la valoración que le damos al hecho, que por lo general, valoramos más las acciones o cosas en el presente que en un futuro. Por ejemplo, yo preferiría ganar 10 Euros ahora, que obtener esos 10 Euros dentro de una semana. Pero, ¿cuánto necesitaría recibir dentro de una semana para renunciar a los 10 Euros de ahora?


Riesgo y valoración

Un estudio llevado a cabo hace un tiempo en la Universidad de Yale puede darnos algunos indicios. Los investigadores seleccionaron a un grupo de adolescentes de entre 12 y 17 años y a un grupo de jóvenes de entre 19 y 27 años. A todos los participantes se les realizó una prueba de riesgo y una prueba de valoración. También se les evaluó en una prueba de inteligencia fluida.

La prueba que utilizaron para medir el riesgo fue una serie de apuestas simples, en la que los incentivos se establecieron de manera tal que el premio de la apuesta con la probabilidad más alta tenía siempre la mitad del valor de las apuestas con la probabilidad más baja. Es decir, cuanto más a menudo alguien seleccionaba una apuesta de baja probabilidad, más riesgo estaba asumiendo.

La prueba de valoración consistió en involucrar a los participantes en una serie de decisiones sobre si preferían una determinada cantidad de dinero en ese momento o una cantidad mayor de dinero en el futuro, los períodos de tiempo variaban desde 2 días hasta un año.

Los resultados arrojaron que los adolescentes no eran más proclives al riesgo que los jóvenes, pero sí valoraron más el presente. Es decir, los dos grupos seleccionaron las apuestas más o menos arriesgadas en una proporción similar. Sin embargo, los adolescentes necesitaban más dinero a futuro para estar dispuestos a retrasar la obtención de dinero ahora.
Otro punto del estudio examinó cuánto valoraban estos grupos las cantidades específicas de dinero. Definitivamente, los adolescentes encontraron a las pequeñas cantidades de dinero más valiosas que los más adultos. Pero incluso teniendo en cuenta esa diferencia, los adolescentes todavía valoraban más el dinero en el presente que en el futuro.


¿Qué significa esto?

Tendemos a pensar que los adolescentes asumen más riesgos que los adultos. Pero hallazgos como el de este estudio nos sugieren que no son más proclives a tomar riesgos, sino que su impulsividad está más relacionada con la valoración del presente. Lo difícil para los adolescentes es reconocer que las experiencias futuras pueden ser tan o más valiosas que las actuales.

Pero, ¿por qué los adolescentes valoran el presente con tanta fuerza?
Es importante ayudarles a ver el valor del futuro, que los posibles problemas que enfrentan ahora no son tan grandes como parecen y que el porvenir les deparará cosas valiosas también. Esta estrategia puede ser eficaz para ayudar a los más jóvenes a aplazar el comportamiento impulsivo circunstancial, en pos de una mejor comprensión del largo plazo.



Nariz, olfato y sexo


El sentido del olfato es, en términos evolutivos, el sentido más antiguo y el único canal sensorial que tiene entradas directas al cerebro. A diferencia de otros sentidos, como la visión o el oído, que transmiten señales al cerebro a través de la médula espinal y el tálamo, los estímulos olfativos pasan directamente hacia bulbo olfativo del cerebro, donde se procesan para generar las sensaciones de olor.


Nariz, olfato y sexo

Los comportamientos sociales de muchos animales dependen en gran medida del sentido del olfato, desde conductas de apareamiento hasta jerarquías de dominación. Cuando un perro y una perra se olfatean entre si, es que están respondiendo a sus olores químicos que guían sus comportamientos de apareamiento.

En cambio, el comportamiento humano es más complejo y depende más del aprendizaje y de costumbres culturales que de olores corporales. Aún así, nuestros sistemas sensoriales conservan vestigios de la señalización olfativa, que pueden influir sutilmente en algunos aspectos nuestro comportamiento.

Al igual que muchas especies, los seres humanos también secretamos sustancias químicas con el fin de provocar conductas específicas en otras personas, estas sustancias se llaman feromonas.
Pero el hecho de poseer la capacidad biológica para procesar estos estímulos, no quiere decir que nos guiemos especialmente por nuestro olfato, al menos no para inducir directamente el deseo sexual. Sin embargo, la evidencia dice que las señales olfativas sí influyen en formas más sutiles de nuestro comportamiento. Es decir, en ocasiones podemos responder a estos estímulos, incluso no siendo conscientes de ellos.


El olfato y sus respuestas

Los resultados de un estudio realizado en 2011 por el neurólogo Shani Gelstein, sugieren que las lágrimas de las mujeres despiden ciertas sustancias químicas que provocan en los hombres una reducción de la excitación sexual, además de la reducción de los niveles de testosterona. También, por resonancia magnética se comprobó que estos químicos merman la actividad en zonas cerebrales específicas vinculadas a la excitación sexual masculina.

En otro estudio, realizado en la Universidad de Florida por los psicólogos Saul Miller y Jon K. Maner, un grupo de hombres fueron expuestos a olores femeninos. En dicha investigación, algunos hombres olieron ropa previamente usada por mujeres que estaban ovulando (el período de mayor fertilidad de la mujer). En cambio otros hombres del grupo olieron ropas de mujeres que estaban en la etapa menos fértil.
Los hombres que olfatearon las ropas de mujeres en período de ovulación mostraron más altos niveles de testosterona en la amígdala cerebral, que el otro grupo.

En una tercera investigación sobre este tema realizada por los profesores de la Universidad de Berkeley, Claire Wyart y Wallace Webster, se observó que mujeres en período de ovulación expuestas a sudor masculino, mostraron mayores cambios en la frecuencia cardíaca y respiratoria, aumento de la temperatura corporal, mayores niveles de cortisol en la saliva y una mejora en el estado de ánimo (sentimientos de estar más relajada y libre de sentimientos negativos).

¿Hasta qué punto estamos influenciados por las señales del olfato? Es difícil de decir, a medida que aprendimos a seguir pautas culturales que nos enseñaron que los olores corporales eran ofensivos, y así adoptar rituales diarios de baños, aplicación de desodorantes y otros productos químicos, prácticamente hemos borrado estos olores naturales. A pesar de ello, estas investigaciones nos pueden dar alguna aproximación de cómo el cerebro procesa dichos estímulos olfativos.


Referencias:
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/21212322
http://pss.sagepub.com/content/21/2/276.abstract



La construcción evolutiva de nuestras percepciones


Hace un tiempo, en un conocido sitio web de preguntas y respuestas alguien hizo la siguiente pregunta: ¿Si un árbol cae en un bosque y no hay nadie alrededor, hace ruido?
Algunas respuestas generaron controversia ya que los usuarios no se ponían de acuerdo.

árbol

Sin embargo, la mayoría de la gente puede pensar que esta respuesta es discutible. Pero no lo es, ya que si por "ruido" entendemos la experiencia subjetiva del crujir de la madera, la respuesta es: No. No hay ruido si no hay nadie allí.

Lo cierto es que fuera de nuestras cabezas no hay nada de las percepciones que constituyen nuestra realidad subjetiva. No hay colores, no hay sonidos, no hay sabores u olores.
Los seres humanos experimentamos el mundo de manera que creemos que existen cualidades perceptivas externas, y que nuestros sentidos sólo las traen hacia nosotros. Pero nuestras percepciones no existen fuera de nosotros, sólo se construyen en nuestro cerebro.


Ya en el año 1623 en su libro 'El Ensayador', Galileo Galilei habló sobre esto: "Si los seres humanos no tuviésemos orejas, lenguas o narices, no existirían sonidos, sabores u olores, ya que éstos son construcciones que sólo residen en nuestra conciencia".

Ahora, de qué forma el cerebro logra construir la capacidad de nuestras percepciones, aún se desconoce. Pero desde una perspectiva científica se estima que se crean en función de la actividad del cerebro.


¿Qué tiene que ver esto con la evolución?

Si aceptamos que las percepciones son generadas por nuestro cerebro, y que a su vez, el cerebro ha evolucionado a lo largo de innumerables generaciones, entonces llegamos a la conclusión de que las percepciones se construyeron mediante adaptaciones evolucionadas.

Esta idea nos sugiere que todo nuestro mundo perceptivo se basa en el funcionamiento de mecanismos mentales evolucionados. Y de hecho, no sólo nuestro mundo perceptivo, con ello también nuestras emociones básicas.
Cuando se entiende este concepto comenzamos a entender mejor la psicología evolutiva, y su manera de advertir la naturaleza y el comportamiento humano.

Por supuesto, que para mucha gente es muy difícil aceptar que nuestras percepciones son "ilusiones". Literalmente, vivimos de lo que vemos y oímos continuamente. Comprender intuitivamente nuestra naturaleza psicológica evolucionada no es nada fácil, porque estamos dentro de ella.

Tomemos como ejemplo la diferencia entre sexos. Para una persona de un determinado sexo sería muy difícil existir dentro de la naturaleza básica del otro. Los hombres asumen que las mujeres perciben el mundo igual que ellos, lo mismo ocurre con las mujeres. Por ejemplo, supongamos que uno de los sexos fuera daltónico, éste asumirá que el otro sexo ve el mundo de la misma manera.


Para terminar

La naturaleza humana no es más que un vasto conjunto de características que han sido moldeadas por la selección natural. Para nosotros, nuestra naturaleza humana es prácticamente invisible. Sin embargo, la psicología evolutiva puede ayudarnos a esclarecer dicha naturaleza, que no podemos ver porque estamos inmersos en ella.



Recuerdos del futuro: la memoria en ambas direcciones


Todas las personas que regularmente compran números de lotería, seguramente ya han imaginado y calculado todo lo que harían si les tocase el premio mayor. A pesar de ello, la inmensa mayoría de ellos no ganará la lotería, ni ningún otro premio, en su vida.


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Imaginar el futuro es una de las características fundamentales del ser humano: planeamos vacaciones, fines de semana, premios. Pero lo hacemos más que como una simple intención de ver el futuro, sino que fantaseamos con que realmente va a suceder y hasta cómo vamos a reaccionar.


Pensar y recordar

A veces, podemos pensar en nuestro pasado simplemente accediendo al conocimiento. Saber donde viví de niño, saber a que escuela fui o quien era mi jefe en mi primer trabajo. Puedo obtener esa información con relativa facilidad, aunque algunos datos sean más difíciles de recuperar que otros.
Otra cosa distinta es recordar, que es cuando apelamos a nuestra memoria episódica para eventos particulares que hemos experimentado. Este ejercicio es más que el acceso al simple conocimiento. Recordar es volver a experimentar, es decir, ver los eventos, escuchar los sonidos y sentir las emociones.

Cuando recordamos, reconstruimos el pasado, elaboramos nuestras memorias en base a lo que sucedió, además, adicionalmente también utilizamos otras informaciones. Es por esto que muchas veces el pasado que recordamos no es lo que exactamente sucedió.

Imaginar el futuro se basa en estas mismas capacidades de la memoria. Utilizamos la información de sucesos pasados, removemos esa información y construimos una memoria para un evento futuro. Por ejemplo, me imagino visitando a uno de mis mejores amigos este fin de semana, gracias a la construcción de visitas pasadas. Cuando imaginamos el futuro hacemos el mismo trabajo mental que cuando recordamos el pasado.
Esto es así porque tanto para recordar el pasado e imaginar el futuro, nuestro cerebro utiliza las mismas áreas para ambos casos. El cerebro activa el hipocampo y el lóbulo temporal medial para todos los viajes mentales en el tiempo, tanto para cuando recordamos el pasado como cuando imaginamos el futuro.

Además, los problemas que afectan la capacidad de recordar, tienen similares efectos en la capacidad de imaginar el futuro. Por ejemplo, las personas con Alzheimer muestran incapacidad para recordar, pero también tienen problemas para imaginar, tanto el futuro inmediato como el más lejano.
Las personas con depresión a menudo muestran un sesgo de generalidad al recordar el pasado, tienen dificultad para acordarse de eventos específicos, es decir, tienden a recordar cuestiones más generales de los acontecimientos. Con el futuro tienen un problema similar, tienen dificultades para imaginar detalles específicos de futuros eventos.

Para terminar

El cerebro utiliza las mismas áreas para imaginar el futuro que para reconstruir el pasado, además las personas con enfermedades en la memoria tienen fallos semejantes en ambas direcciones. Esto me hace recordar la famosa frase de George Santayana "Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. Y que tal vez se podría modificar a un nivel más personal: “Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a vivir sin imaginar el futuro”.



Algunas cosas que hacemos por comodidad no son tan reconfortantes


Generalmente las emociones nos motivan a hacer algo, esto puede implicar la adopción de medidas que alteren un estado de ánimo negativo o para reducir el estrés.
A diferencia del miedo, que inmediatamente nos motiva a defendernos, emociones como la ansiedad o la angustia son bastante ambiguas en cuanto a sus reacciones. En estos casos, una acción plausible bien podría ser la búsqueda de confort.


comodidad y confort

Sin embargo, esta apariencia de consolarse a sí mismo puede estar equivocada. Muestras evidentes de esto abundan, por ejemplo, cuando sentimos que estamos estresados y necesitamos comer algo. Al igual que con el alcohol u otras sustancias que alteran la mente, su estado de ánimo puede mejorar, pero sólo por el momento.

En una investigación reciente sobre las mejoras en el estado de ánimo como resultado del consumo de alimentos para sentirse emocionalmente mejor, los investigadores llegaron a la conclusión de que a este tipo de comidas se le acreditan efectos del estado de ánimo que, en realidad, se habrían producido incluso en su ausencia. Otro dato hallado es que la mejora en el estado de ánimo se produce después de unos tres minutos, independientemente de si la persona comía esta comida, otros productos alimenticios o no hubiese comido nada.


Nuestra cultura no ha enseñado que, erróneamente, debemos encontrar la manera de deshacernos de los sentimientos negativos, en lugar de experimentar con ellos. Además, una creencia prevaleciente ha sido que la excitación debido a la ansiedad o el estrés es perjudicial y debemos hacer todo lo posible por suprimirla o disminuirla. En realidad, lo que determina si el estrés puede hacernos daño o no, es la forma en que respondemos a él.

En un estudio de largo plazo con casi 30 mil adultos, los investigadores llegaron a la conclusión de que la percepción de que el estrés es perjudicial para la salud está asociada a problemas, tanto de salud mental como de salud física.
Obviamente, si usted tiene dificultades y se angustia aún más por esos problemas, la emoción se magnifica y se hace aún más angustiante. Por el contrario, una respuesta saludable al estrés es reconocer que los síntomas son una señal de que usted está afrontando un reto (o se está preparando para hacerle frente).

Aceptar e interesarse por las emociones negativas en lugar de suprimirlas, está vinculado con un mejor funcionamiento sensitivo, por ejemplo, no victimizarse o de estar menos a la defensiva.
Obviamente, en algunas circunstancias la supresión de las emociones puede beneficiarnos. Pero en la vida cotidiana, cuando tratamos de suprimir la ansiedad, la nostalgia, la tristeza, la vergüenza u otras emociones negativas mediante métodos poco saludables, como la búsqueda del confort, sería loable que desee echar un vistazo a lo que siente y a lo que se puede descubrir de ello. Después de todo, el propósito de una emoción es que la persona se inquiete al percibir un cúmulo de sensaciones, y de esa forma, organizar, motivar y dinamizar sus acciones y pensamientos. Por tanto, las emociones son una gran oportunidad para el aprendizaje. Aunque es comprensible que a veces es difícil sentarse con ellas y escuchar lo que nos están queriendo decir.